El director
general de la Fundación Aprender a Mirar, Luis Boza, guarda en la memoria
algunas gratas reacciones de maestros, padres y estudiantes, tras las charlas
que organiza su institución sobre el uso de las pantallas. Uno de esos
recuerdos es el de una niña que se acercó, con un poco de vergüenza, a pedirle
que le echara una mano con su hermano, enganchado a los videojuegos.
“Nos dijo que necesitaba ayuda, porque
el chico no salía de la habitación y tenía unas batallas tremendas con sus
padres en casa por la adicción a los videojuegos. Esto se repite
constantemente. Le dimos una tarjeta a la niña para que sus padres nos
llamaran, y les orientamos sobre un psicólogo al que podían acudir para que
trataran al muchacho”.
El buen uso de las pantallas es el tema
del que se ocupa la Fundación Aprender a Mirar. La cuestión está en el debate
público, y los expertos de diferentes ramas de la ciencia están publicando
informes constantemente sobre ella, muchas veces en rampante –o aparente–
contradicción unos con otros: si unos señalan que estar pendiente del móvil
puede llevar a un menor a sentir sobre sí un plus de presión psicológica, otros, como un equipo de
investigadores de la Universidad de Oxford, revelan que el tiempo que un chico
pasa ante las pantallas no representa un riesgo mayor para
su salud mental, y que a ese efecto sería igual de relevante que si –dicen– le
diera por comer más patatas…
Para aprender a mirar, es esencial tener
información: sin ella, es muy difícil la libertad de elegir bien
Así pues, los nuevos dispositivos tecnológicos,
¿al cajón o al pedestal? Para el Dr. Boza, ni lo uno ni lo otro, sino
relacionarse con ellos de un modo no perjudicial. Y a eso se aprende.
— Mirar, ya miramos. ¿Por qué
habría que “aprender” a mirar?
— Porque hay que aprender a mirar todo
en la vida, en la naturaleza. Aprender a percibir lo bello, a fijarse en las
cosas que son positivas y buenas, en el arte… Hay gente que ve, pero no mira.
En el entorno concreto que trabajamos en la Fundación, que son las pantallas,
entendemos que los contenidos de lo que miras no son inocentes. Hay un
trasfondo ideológico, moral, conductual, de valores y contravalores, que puede
tener un efecto positivo o negativo para el que mira. Nuestra tarea es ayudar a
los niños, a los jóvenes, a los adultos, a todo el mundo, a entender y
comprender que los contenidos de las pantallas hay que saber mirarlos con
mirada crítica, analítica.
En consecuencia, aprendemos algo
importantísimo: a elegir en libertad; a no ser manipulados y no caer en el
peligro. El objetivo es que usemos bien las pantallas, y para ello hay que
aprender a mirar.
De cero a tres años, nada
—¿De qué pantallas hablamos?
— De todas. Del ordenador, del
televisor, del móvil, de los iPad, de todas las pantallas en los que se repiten
los contenidos que ofrecen las grandes corporaciones que hacen negocio del ocio
audiovisual.
— Entiendo que, más que
abandonar estos medios tecnológicos, ustedes proponen una nueva relación con
ellos. ¿Sobre qué ejes se articula esa relación?
— En efecto, no somos para nada enemigos
de las pantallas. ¡Somos forofos de esta nueva revolución!, y la vivimos
mientras trabajamos, en nuestros ratos de ocio, en las horas de conexión con
los demás, en la interacción con los medios de comunicación…
Todo eso lo llevas ahora a través de
ellas. ¿Qué es lo que debemos hacer todos? Utilizar este hábito interior de
saber seleccionar, analizar y no dejarse llevar por lo virtual, equiparándolo a
lo real. Hay una distancia grande entre lo virtual y lo real, y no hay que
llegar a pensar que lo que aparece en las pantallas es siempre esto último. Lo
que hay en ellas es, muchas veces, un mundo de imaginación, de creación, no
conectado con la realidad. Y no hay que dejarse empujar por él, ni dar
categoría de realidad a un enorme porcentaje de contenidos que son pura
ficción. A los niños no les resulta fácil distinguir, por tanto, hay que
enseñarles a hacerlo.
— Algunos proponen eliminar del
todo las pantallas, al menos en las primeras etapas de la vida…
— Nosotros
estamos absolutamente de acuerdo en que los niños, de cero a tres años, no
deben tocar una pantalla: que no existan para ellos. A partir de los tres años,
de un modo gradual, hay que cuidar el tiempo y los contenidos que sean
adecuados a su desarrollo cognitivo
Tiene que haber unas categorías progresivas
en las que los padres y los educadores nos pongamos de acuerdo para que haya un
uso adecuado, positivo, educativo, de estos medios. Pero vuelvo a decir con
rotundidad que, de cero a tres años, nada de pantallas.
— ¿Qué propuestas concretas
tiene “Aprender a Mirar” para impulsar un empleo constructivo de las pantallas?
— Primero, estar bien informados. Una
parte muy importante de la labor de la Fundación es analizar los contenidos
audiovisuales. Sin información es muy difícil la libertad, y nos tragamos todo
lo que nos dan sin hacer un análisis crítico.
En segundo lugar, tenemos el tiempo. En
el caso de las pantallas, la cuestión no es si usarlas o no: las uso, pero con
moderación. Lo que hay que procurar es que sepamos controlar el tiempo. Sin
autocontrol, las pantallas tienden a engullirnos, y vienen los grados de
tecnoadicciones a los que estamos sometidos.
En último lugar, está la convivencia.
Hay que aprender a mantener un balance entre el tiempo libre, la lectura, el
juego, la conversación, la amistad, la relación sana y habitual de tú a tú,
cara a cara, con los demás… Sería hacerlas compatibles con las pantallas todas
esas fuentes de enriquecimiento y de maduración. Si veo que el uso de aquellas
me está robando tiempo de naturaleza, de deporte, de amistades, etc., entonces
tengo que reaccionar.
Que mamá y papá pongan reglas
— Al usuario concreto del móvil,
¿cómo llega su trabajo?
— Tenemos el Programa de Educación
Audiovisual Contraste, que oferta sesiones de formación a padres, profesores y
alumnos. Hacemos una encuesta –en instituciones de enseñanza sobre todo–, y
estudiamos el uso que hacen los niños, a partir de 5to año de primaria, de las
pantallas.
Primero trabajamos la prevención, y
luego, cómo usarlas. Informamos a estos estudiantes a través de talleres, para
ayudarles a entender que deben tener una relación sana y positiva con las
pantallas. Además les hablamos, de acuerdo con su nivel, de un tema muy
importante: el de cómo influyen en el cerebro. La neurociencia le concede mucha
importancia a este asunto, al por qué nos gustan tanto las pantallas, qué
mecanismos en el cerebro propician la tecnoadicción, etc.
“Nos vienen a ver chavales a contarnos
problemas personales, y descubrimos casos de ‘ciberbullying’, de adicción a los
videojuegos, al móvil, y podemos poner una primera piedra para ayudarlos”
— ¿Recuerda algunas experiencias
particularmente relevantes?
— Sí. Primero, el gran agradecimiento
por parte de los asistentes cuando les hablamos de esto. Te dicen que lo que
les estás explicando es muy necesario, y te cuentan casos particulares.
En segundo lugar, nos vienen a ver
chavales a contarnos problemas personales, y descubrimos casos de ciberbullying,
de adicción a los videojuegos, al móvil. Al hallarlos, podemos poner una
primera piedra para ayudarlos. Así, derivamos casos concretos a psicólogos y
psiquiatras, para que los padres lleven a esos chicos a ser tratados.
Por otra parte, te das cuenta de que es
tremendo el mal uso que hacen niños y adultos de las pantallas. Nosotros
procuramos no irnos de ningún centro educativo sin dejarles el mensaje de que
deben tratar estos medios como un tema de primer orden en el hogar, en la
familia, y que papá y mamá tienen que ponerse de acuerdo e instituir unas
reglas de juego en casa.
También hacemos talleres, y los niños
salen a contar sus historias. Una vez preguntamos: “¿Hay aquí alguien que haya
estado un tiempo sin el móvil porque se le haya estropeado, o porque sus padres
se lo han quitado más de una semana?”. Se levantó una niña, explicó que había
cogido un gran enfado al principio, pero que se fue acostumbrando y
acostumbrando, y que al cabo de un mes aprendió a estar sin el teléfono. Era
una niña de 14 años. Nos dijo: “¿Sabéis lo que he aprendido? Que hay un mundo
real fuera de las pantallas”. Había estado metida en sus redes sociales, en su
Instagram, en sus videos, y a la vez, perdiéndose un mundo real maravilloso…
que ha descubierto a base de no usar el móvil durante un mes. Fuente: aceprensa