Un Nobel contra la violencia sexual

Autora: Margarita Cedeño de Fernández
   

 Nadia Murad y Denis Mukwege han sido galardonados con el Premio Nóbel de la Paz, por sus extraordinarios aportes a la lucha contra la violencia sexual, que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, corresponde a “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo”.


     Evidentemente, este Premio Nobel es otorgado en un momento de la historia mundial, donde el tema de la violencia sexual y su impacto en la equidad de género, preocupan cada vez más a la opinión pública y, en consecuencia, ha generado una ola de demostraciones y manifestaciones en contra de este flagelo. 

El surgimiento del movimiento #MeToo, y en la República Dominicana el movimiento #SomosTú, han impulsado una agenda positiva que genera conciencia sobre la importancia de enfrentar una de las manifestaciones más deleznable del machismo.

La manifestación más reciente ha sido la confirmación de Brett Kavanaugh como Juez de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, que ha polarizado las opiniones y posturas en ese país, en torno al abuso y la violencia sexual.

Las estimaciones mundiales indican que alrededor de una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual de pareja o violencia sexual por terceros, en algún momento de su vida. Como parte de una respuesta integral a esa realidad, hemos trabajado arduamente en un proyecto denominado “Cultura Ciudadana”, que se ha propuesto como primer paso crear conciencia sobre “El Real Cariño”, un llamado al amor sincero en las parejas dominicanas.

El Premio otorgado a Murad y Mukwege les reconoce por su lucha sin descanso. La primera logró escapar del calvario y la explotación sexual del Estado Islámico en Irak y lucha por llevar a los criminales ante la justicia internacional. El segundo es un ginecólogo congoleño que ha asistido a más de 50 mil mujeres desgarradas por la violencia sexual.

En ambos casos, el jurado cuya sede está en Oslo, ha rendido homenaje a millones de mujeres que ya sea en silencio o a viva voz, han sufrido las consecuencias físicas y emocionales de una atrocidad que sucede, en igual medida, en tiempos de guerra y en tiempos de paz. La violencia sexual, además, trae consigo otros flagelos: la violencia emocional y económica, el abuso de drogas y alcohol, la coerción y la hostilidad, la humillación y la trata de personas.

El ejemplo de Murad y Mukwege sirve de inspiración para que no banalicemos la violencia ni la consideremos una realidad que no podemos evitar. La violencia sexual deja marcas indelebles en la vida de las mujeres víctimas, que se transmiten a toda la familia y, en consecuencia, a la sociedad misma.

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