El fatalismo hispánico es algo atávico y se desconoce su punto de origen. Lo que sí sabemos es que alcanzó sus cumbres más altas poco después del desastre de 1898, con la pérdida de las últimas colonias. Por ello no debe extrañarnos que en las décadas siguientes, cerebros de talla universal como nuestro Ortega y Gasset escribiesen aquello de “Somos una raza desmoralizada y hasta que no nos reeduquemos todo será en vano”.
Afortunadamente la depresión no ha hecho mella en nosotros, y es que a pesar de todo, tal y como apunta la línea que Valle Inclán escribió para su personaje Don Filiberto en ‘Luces de bohemia’: “En España podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban”.
Pero dónde empezó esta sensación de que “la historia nos toma el pelo”. Retrocedamos al pasado, cuando España era un país recién creado y cierto navegante genovés se las apañó para que Isabel y Fernando, los reyes católicos, financiasen una campaña de expediciones destinadas a encontrar un atajo hacia las Indias (Asia) mar adentro. Si como los sabios de su tiempo parecían indicar, la Tierra era redonda, “solo” había que atravesar el océano para llegar a las Molucas (actual Indonesia) y cargar todas las especias que pudieran. De este modo se podría burlar el bloqueo de las rutas tradicionales (como la abierta por Marco Polo) llevado a cabo por el Imperio Otomano.
Obviamente había todo un continente nuevo por descubrir antes de llegar a Asia, y aunque Colón siguiese ignorando que lo que pisaba eran islas de un “Nuevo Mundo”, por si acaso tomaba posesión de ellas en nombre de la corona de España. (Algo en las coordenadas le indicaban que allí pasaba algo raro).
Pero si todo el mundo recuerda la gesta del Almirante, y en su honor hoy existen países, estados y ciudades por todas las Américas que reciben su nombre, ahí están la nación de Colombia, la capital de los Estados Unidos llamada oficialmente “District of Columbia” (aunque es más conocido como Washington D.C.) o la Columbia británica (una de las 10 provincias de Canadá), entonces ¿por qué conocemos al Nuevo Mundo como América y no enteramente como Colombia?
Ese, en mi opinión, es el punto de partida del fatalismo hispano. De nada sirvieron las heroicas expediciones en condiciones precarias a bordo de sus carabelas, al bueno de Colón terminó por robarle la cartera (de forma involuntaria, todo hay que decirlo) un explorador italiano llamado Américo Vespucio.
¿La razón? Por su propio interés, Colón mantuvo hasta el día de su muerte que la tierra que había descubierto era realmente Asia, mientras que Vespucio fue uno de los primeros (tal vez incluso el primero) exploradores en declarar que el nuevo mundo era en realidad una entidad enteramente nueva. (Siempre desde el punto de vista de los europeos, claro).
El resto es historia, los portugueses habían triunfado en su apuesta por llegar a las Indias bordeando el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica gracias a la expedición de Vasco de Gama, y los reyes Católicos estaban bastante descontentos con la gesta de Colón, quien seguía erre que erre con que aquello eran las indias, ya que los monarcas le habían prometido honores y títulos si las alcanzaba (y aquello no se parecía nada a las Molucas).
Por ello, algunos de los contemporáneos del almirante le veían como una especie de farsante en quien no se podía confiar. Tan decepcionados estaban los Reyes Católicos con él, y con su creciente mala reputación que acabaron por enviar al juez Fernández de Bobadilla al Caribe a arrestarlo y traerlo de vuelta a España. Más tarde se le despojó de sus títulos.
Bajo la perspectiva actual, podemos decir que Colón supo venderse mal, mientras que se supone que el navegante italiano Américo Vespucio (que trabajó para las coronas de España y Portugal) supo desde su primer viaje en 1499 que las nuevas tierras correspondían a un nuevo continente. En realidad, un estudio publicado en 2006 no tiene tan claro que Américo fuese consciente de esto, ya que si bien es cierto que usaba el término “continente”, podía emplearlo simplemente para referirse a la tierra firme en contraposición a las islas.
Fuese como fuese, las cartas que Américo Vespucio enviaba a su patrón Lorenzo de Médici se convirtieron en “best sellers” por toda Europa. (Colón solo escribió una en 1493 a uno de sus colaboradores, Luis de Santángel).
Gracias a las cartas de Américo Vespucio, la gente en Europa comenzó a sentirse fascinada por el nuevo mundo. No es de extrañar, en aquellas cartas el italiano resaltaba (de forma sensacionalista) los aspectos sexuales o dietéticos de las costumbres de los indígenas, y las mezclaba con sus propias observaciones científicas.
Fueron estas cartas las que influyeron al famoso cartógrafo alemán Martin Waldseemüller a crear el primer mapa de las tierras descubiertas usando el nombre “América”, aunque cernió este término sobre Brasil, por lo que se cree que en realidad no quería designar a toda la región representada (Norteamérica por ejemplo). Curiosamente, el alemán no llamó al continente “Américo” para seguir la tradición de usar nombres femeninos como Europa o Asia.
A pesar de que en versiones posteriores de sus mapas, en los años 1513 y 1516, Waldseemüller dejó de usar el término América y lo cambió por “Terra Incognita” y “Terra Nova” posiblemente por ser consciente de que el descubridor del continente era Colón y no Américo Vespucio, ya era demasiado tarde. Otros fabricantes de mapas ya habían copiado su primera versión y a finales del siglo XVI el nombre América se había impuesto sin remedio.
Lo dicho, el fatalismo hispánico comenzó con el nacimiento de la propia nación, al unirse las coronas de Castilla y Aragón. Fuente:yahoo